La primera vez que oí hablar de Aucun, fue por boca de mi abuelo, una templada tarde de primavera, mientras descansábamos sentados en un trebolar a las afueras de Villoldo, muy cerca de la palomera que dicen del Infante. Fue a cuento de una mención rápida que hizo a un antepasado nuestro, nacido en aquél lugar y que era cantero, y algo más que no logré entender por aquél entonces:
- Los De Batz tenemos algo de agotes en nuestra sangre, o eso por lo menos me contaba a mí tu tatarabuelo cuando tenía tu edad.
Jamás volvimos tocar el tema, pues a mi abuelo no parecía apetecerle nunca hablar de nada que estuviera muy lejos de su espalda. Pero esta pequeña anécdota había dejado en mi un poso que, con el tiempo y las visitas frecuentes al rincón que ocupaba en mi memoria, fue convirtiéndose en una creciente curiosidad.
Así fue como Aucun -ninguno, traducido al castellano-, fue tomando forma en mi imaginación a partir de todos los retazos que habían sobrevivido de mis entonces primeras lecturas, y de todas aquellas historias que escuchaba, o veía por la televisión. Se me ocurría que era uno de esos pueblos que aparecen y desaparecen a su antojo, como la misteriosa isla de San Borodón o el cinematográfico Brigadoon, y que en él habitaban unos enigmáticos personajes a los que, no sabían bien porqué, llamaban agotes. Los imaginaba en sus quehaceres diarios: trabajando el campo o cortando la piedra, cazando y bailando, disfrutando del espectáculo de aquellos saltimbanquis que vagaban por el mundo, o uniendo sus vidas durante el día; todo esto terminaba con la llegada de la noche, cuando el mismo músico que hasta entonces había llevado la alegría a los habitantes de Aucun, invocaba a la luna junto a su perro -muy parecido a mi Lurregabe-, que descansaba al amor de aquella blanca luz que les iba a hacer desaparecer una noche más.
Todavía recuerdo con una sonrisa lo mucho que hubo de extrañar mi respuesta a aquellos que por aquél entonces, movidos por la curiosidad de verme forastero en su tierra, me preguntaban por el pueblo del que procedía, pues simplemente les contestaba:
- De Ninguno.